lunes, 28 de abril de 2014

Una aventura fuera del bosque

Florcita Silvestre es un hada a quien le encantan las flores. Ella mide no más de un centímetro y medio y tiene unas hermosas alas. Junto a todas sus amigas vive en un bosque no muy grande.
Cada árbol es un lugar, por ejemplo, el gran Roble es el salón principal en donde todas las hadas se reúnen para comer y charlar. El pequeño arbusto de al lado es la cocina, donde las hadas a las que les gusta cocinar hacen su trabajo y cada árbol más en el bosque es el hogar de ellas.
Al ser tan pequeñas corren el riesgo de ser pisadas o comidas por los animales, por eso las hadas a las que les gustan los animales se aseguran de que eso no pase.
Una mañana Florcita Silvestre o, como todos le dicen, Flor, se levantó muy temprano y se puso a pensar en que ella nunca había salido del bosque, entonces se le ocurrió una idea: ¡Iba a recorrer el mundo en una gran aventura! ¡Desayunó tanto como para estar un año sin comer!
Más tarde cambió su hermoso y delicado vestido hecho a mano con pétalos de rosas, por una remera de dientes de león y un pantalón hecho con piedritas molidas. Llenó su mochila con alimento, abrigo y algunas herramientas útiles que podría necesitar, como hojas, lápices, una soga y un cepillo (ella es muy coqueta).
Como todavía era muy temprano, nadie se había despertado, así que salió volando hacia la entrada secreta entre los árboles tratando de hacer el menor ruido posible.
Cuando salió del bosque vio un mundo maravilloso que ella no conocía. Había un hermoso río que parecía de diamantes, el inmenso cielo celeste con sus nubes de algodón (que en el bosque no podía ver gracias a los árboles) y millones de cosas más que le parecieron mágicas. Bastante lejos, pero lo suficientemente cerca como para que Flor lo viera, había un hermoso arroyo. Como hipnotizada camino hacia éste.
Se arrodilló a la orilla y notó que estaba habitado por miles de peces de todos colores. Había peces rosas, rojos, azules, amarillos, dorados, plateados, verdes y multicolores. Justamente estaba anotando los colores en una hoja cuando escuchó un sutil ruido. Miró el arroyo y vio unas suaves ondas en el agua.
Observó el cielo y notó que ya no estaba celeste, estaba gris, y unas nubes espesas lo cubrían. Pequeñas gotas caían por todas partes. Tranquila fue caminando hacia un bosque enorme con árboles altísimos. Le faltaban varios metros para llegar cuando la lluviecita se convirtió en tormenta.
Un fuerte viento se la llevó volando bosque adentro. Flor casi se golpea contra más de un árbol. El viento era tan fuerte que no podía mover sus alas. Cuando logró darse vuelta vio que estaba entrando en una profunda oscuridad… De repente se acordó de la soga.
Contorsionándose mientras el viento la arrastraba cada vez más alto, logró sacarla de su mochila. El viento la empujó cerca de un árbol. Flor logró atar la cuerda a una de sus ramas y se quedó aferrada a la soga hasta que el viento cesó. Tenía algunas lastimaduras pero estaba viva.
Cuando miró a su alrededor, todo estaba oscuro. El rumor de las hojas la asustó. Temblando se acercó a un árbol, se acurrucó en sus raíces y sin saber cuándo, se quedó dormida. Cuando despertó el sol brillaba. Su panza hacía un fuerte ruido. Abrió su mochila en busca de la comida, pero ésta estaba empapada. Se miró en el reflejo de un charco y vio que estaba despeinada. Entonces agarró su cepillo de la mochila y se peinó.
Tomó sus cosas y emprendió el viaje de regreso a casa. Cuando entró al bosque, SU bosque, estaba lastimada, con sueño, hambre y embarrada, pero peinada.
Todas las hadas empezaron a hacerle preguntas acerca de dónde había estado y qué le había pasado. Una de ellas, propuso que esa noche se quedaran despiertas hasta tarde y que Flor les contara su aventura.
Ella les dijo que al día siguiente les contaría todo, pero que en ese momento necesitaba dormir. Al otro día les contó su historia a todas las hadas y ellas quedaron sorprendidas por la valentía que tuvo Flor.




Fin




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