Algunos eruditos ven en los cuentos de hadas vestigios de religiones
paganas, donde estos pequeños entes eran huellas de antiguas y poderosas
divinidades. Cabe destacar en principio, que los mitos helénicos y
latinos -poblados de dríades y ninfas, comunes en los textos homéricos y
ovidianos- ejercieron notable influencia en nuestra concepción sobre
las hadas, cuyos orígenes están en las regiones del norte de Europa y en
las islas británicas.
Desde hace siglos, el folklore sostiene que las hadas son “criaturas del
aire”. Para la alquimia, fueron consideradas parientes de los gnomos y
de las sílfides. Según la mitología nórdica, las hadas son mujeres
humanas que, después de haber cometido algún atentado contra la
Naturaleza, recibieron el castigo de vivir bajo la apariencia de un
insecto volador. Siguiendo esa versión, la Iglesia Católica los
considera ángeles pecadores: cuando los ángeles se rebelaron, Dios
ordenó que las puertas del Cielo se cerraran. Aunque esa era más bien la
estrategia agresiva que adoptaron los catequizadores en los nuevos
territorios evangelizados, donde aún subsistían cultos panteístas. Es
evidente que el éxito no fue muy grande, pues las hadas y demás seres
elementales gozan de muy buena salud en todo el mundo, especialmente en
los países de cultura céltica.
Quizá el más famoso exponente del aprecio anglosajón por las hadas se encuentra en la comedia teatral de William Shakespeare "El Sueño de una Noche de Verano", obra compuesta a finales del siglo XVI, en la cual da voz poética a Oberón y Titania, monarcas de las hadas, entre otros personajes.
En el XVII, la serie de poemas "Hesperides", escrita por Robert Herrick, también bosqueja al Rey Oberón y comparte un tinte satírico, aunque más oscuro y sensual que el "Fairyland" de Drayton. Escritores de finales del siglo XVIII y principios del XIX que se dedicaron a ficcionalizar duendes y hadas son Tom Moore, Thomas Hood, Allan Cunningham y Diego Hogg.
Durante el siglo XIX, en plena Revolución Industrial, mientras las fábricas transformaban el paisaje de extensos territorios donde antes había campiñas, las pinturas de hadas y duendes fueron la consecuencia de la nostalgia, una reacción defensiva al proceso de desaparición de las costumbres pueblerinas cercanas a la naturaleza. El artista Edward Burne-Jones llegó a decir estas hermosas palabras: “Por cada locomotora que ellos construyan, yo pintaré un ángel”.
Una anécdota que podemos citar es que en ciertos lugares es tradicional que los niños crean en el "hada de los dientes", el equivalente céltico del Ratón Pérez en algunos países hispanoamericanos. La utilidad psicológica del “hada de los dientes” es ofrecer una pequeña recompensa a los niños cuando pierden los dientes de leche, porque este hecho natural podría resultar traumático o preocupante para ellos. Es una manera de “atenuar” los efectos de dicho cambio corporal.
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