lunes, 16 de febrero de 2015

Las Hadas en la Tradición y la Literatura




Algunos eruditos ven en los cuentos de hadas vestigios de religiones paganas, donde estos pequeños entes eran huellas de antiguas y poderosas divinidades. Cabe destacar en principio, que los mitos helénicos y latinos -poblados de dríades y ninfas, comunes en los textos homéricos y ovidianos- ejercieron notable influencia en nuestra concepción sobre las hadas, cuyos orígenes están en las regiones del norte de Europa y en las islas británicas.



Desde hace siglos, el folklore sostiene que las hadas son “criaturas del aire”. Para la alquimia, fueron consideradas parientes de los gnomos y de las sílfides. Según la mitología nórdica, las hadas son mujeres humanas que, después de haber cometido algún atentado contra la Naturaleza, recibieron el castigo de vivir bajo la apariencia de un insecto volador. Siguiendo esa versión, la Iglesia Católica los considera ángeles pecadores: cuando los ángeles se rebelaron, Dios ordenó que las puertas del Cielo se cerraran. Aunque esa era más bien la estrategia agresiva que adoptaron los catequizadores en los nuevos territorios evangelizados, donde aún subsistían cultos panteístas. Es evidente que el éxito no fue muy grande, pues las hadas y demás seres elementales gozan de muy buena salud en todo el mundo, especialmente en los países de cultura céltica.

Quizá el más famoso exponente del aprecio anglosajón por las hadas se encuentra en la comedia teatral de William Shakespeare "El Sueño de una Noche de Verano", obra compuesta a finales del siglo XVI, en la cual da voz poética a Oberón y Titania, monarcas de las hadas, entre otros personajes.

En el XVII, la serie de poemas "Hesperides", escrita por Robert Herrick, también bosqueja al Rey Oberón y comparte un tinte satírico, aunque más oscuro y sensual que el "Fairyland" de Drayton. Escritores de finales del siglo XVIII y principios del XIX que se dedicaron a ficcionalizar duendes y hadas son Tom Moore, Thomas Hood, Allan Cunningham y Diego Hogg.

Durante el siglo XIX, en plena Revolución Industrial, mientras las fábricas transformaban el paisaje de extensos territorios donde antes había campiñas, las pinturas de hadas y duendes fueron la consecuencia de la nostalgia, una reacción defensiva al proceso de desaparición de las costumbres pueblerinas cercanas a la naturaleza. El artista Edward Burne-Jones llegó a decir estas hermosas palabras: “Por cada locomotora que ellos construyan, yo pintaré un ángel”.



Los duendes y las hadas anunciaron su presencia en numerosos libros publicados durante la época victoriana (escritos por Thackaray Ritchie, Lord Tennyson o William Morris). También se desarrolló una notable poesía sobre hadas célticas escrita por William Sharp y William Butler Yeats, ya en el siglo XX. E incluso, la Teosofía de Carlos W. Leadbeater reveló un método para clasificar las hadas ¡inspirado en la teoría darwiniana de la evolución! Otro teósofo, Eduardo Garner, consideró que la función de los duendes en la Naturaleza era suministrar un vínculo entre las plantas y la energía solar.

Una anécdota que podemos citar es que en ciertos lugares es tradicional que los niños crean en el "hada de los dientes", el equivalente céltico del Ratón Pérez en algunos países hispanoamericanos. La utilidad psicológica del “hada de los dientes” es ofrecer una pequeña recompensa a los niños cuando pierden los dientes de leche, porque este hecho natural podría resultar traumático o preocupante para ellos. Es una manera de “atenuar” los efectos de dicho cambio corporal.






No hay comentarios:

Publicar un comentario