lunes, 28 de abril de 2014

Un duende con personalidad

En la isla de las hadas, vivían toda clase de criaturas del bosque, hadas, duendes, elfos, unicornios y muchos más, todos en paz y armonía. Lepret era un duendecillo travieso y burlón, que gustaba de hacerles bromas a todos, hasta hacerlos enfadar.
Muchas veces se había visto en apuros al molestar a los unicornios y trols, que tenían mucha fuerza y sabían defenderse muy bien, pero a él no le importaba nada, su vida era una risa perpetua. No es que reírse esté mal, claro, pero siempre y cuando no le hagas daño o molestes a los demás.
Lepret parecía disfrutar con hacer sentir mal a los otros impunemente, y nadie había podido impedírselo. Pero un día, llegó un mago oscuro a la isla. Era misterioso y parecía tener todo el poder de los magos consigo, pero no molestaba a nadie, por el contrario, era de lo más servicial y agradable.
A nuestro duendecillo se le pusieron las orejas tiesas cuando vio que había un nuevo habitante en la isla, era su oportunidad de molestar a alguien que no conocía sus trucos. ¡Cuánta diversión le esperaba!
Fue entonces, que Lepret llegó hasta el hogar del mago, que era debajo de un enorme roble centenario. Bajo la tierra, el mago había construido con su magia, una enorme residencia y allí realizaba sus conjuros y pociones, sin provocar disturbios.
Lepret golpeó la puerta y aguardó a que el mago abriera. Cuando vio al mago, puso cara de desvalido y le contó que su casa se había inundado y no tenía donde pasar la noche.
- Es que mi casa está dentro de un hongo y se ha inundado toda. ¿Podría pasar aquí la noche, si no es mucha molestia?- dijo Lepret con la cara más inocente que encontró.
- Por supuesto pequeño amigo. No nos habíamos conocido, soy Ulfus, el mago. Será una buena oportunidad para conocerte duendecillo.
- Me llamo Lepret, para servirle señor Ulfus.
- Tomemos la cena y luego te daré una habitación para que descanses.-concluyó Ulfus.
Cenaron y conversaron muy amenamente hasta altas horas de la noche. Es que cuando se lo proponía, Lepret podía ser encantador.
Luego el mago le asignó un dormitorio muy bonito para que pasara la noche confortablemente y se fue a dormir al suyo.
Cuando eran las tres de la madrugada y Lepret ya había descansado algo, se despertó para hacer sus maldades habituales. Salió silenciosamente de la habitación y exploró la casa hasta dar con el laboratorio del mago. Entró sigilosamente y se puso a curiosear por todo el lugar.
Había muchas cosas para jugar y divertirse, así que sin pensarlo demasiado, tomó un cucharón y sacó un poco de poción de un matraz que estaba suspendido por arte de magia sobre un fuego también mágico. Olió la poción y no sintió nada, la observó con una linterna y tenía un hermoso color rubí. La vertió entonces en una copa y se puso a observarla a través de la luz, desprendía unos brillos tan hermosos que no pudo contenerse y la bebió.
La poción sabía muy rico y tomó otro poco, pensando que nada malo podía ocurrir. Pero se equivocó. A los pocos minutos, estaba flotando contra el techo, sin conseguir bajar al suelo.
Y eso no era todo, le dolían las orejas, mucho, demasiado y el dolor iba en aumento. Al cabo de un rato, Lepret no podía soportar sus orejas, de buen gusto hubiese dejado que se las cortaran para que no le dolieran más. Tenía que pedir ayuda, aunque no estaba en la mejor posición. Esta vez, su broma había ido demasiado lejos.
Lepret comenzó a gritar pidiendo auxilio y el mago no tardó en llegar al laboratorio.
- ¿Pero qué has hecho? ¿Es que no tienes vergüenza acaso?
- Me duelen mucho las orejas señor mago. –gritaba desesperado Lepret.
- Pues debiste pensarlo antes de tomar mi poción.
- ¿Cómo sabes que bebí de tu poción?
- Porque es exactamente el efecto que produce.
- ¡Ayúdame por favor!
- La poción es experimental, todavía no sé cómo revertir sus efectos. No debiste beberla.-dijo el mago.
Esta vez, Lepret había rebasado los límites y era él el perjudicado. Sollozó y suplicó para que el mago lo ayudase, pero no era tan sencillo. El mago buscó en los libros, consultó con sus amigos y trabajó incansablemente hasta encontrar el antídoto.
Finalmente logró bajar a Lepret del techo y calmar su horrible dolor de orejas, pero no sin un costo. Las bellas orejas de duende, le quedaron hechas unas pasas de uva, pequeñitas y arrugadas, pero todavía podía oír con normalidad.
Fue una experiencia terrible, de la cual nuestro duendecillo aprendió muchas cosas. En primer lugar, a no molestar a los demás. En segundo lugar, aprendió que la solidaridad es la mejor forma de solucionar los problemas. En tercer lugar, entendió que no es bueno andar jugando con el trabajo de los demás, pues podemos hacer mucho daño, incluso a nosotros mismos.
Tan bien aprendió las lecciones, que se convirtió en el aprendiz del mago Ulfus y tuvo un brillante desempeño. Y lo más importante, ya nunca molestó a los demás con sus bromas y burlas. De este modo, la isla de las hadas conservó su paz y ganó un duendecillo mago que ayudó mucho a todos sus habitantes. 




Autora: Andrea Sorchantes

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