Florcita Silvestre es un hada a quien le
encantan las flores. Ella mide no más de un centímetro y medio y tiene
unas hermosas alas. Junto a todas sus amigas vive en un bosque no muy
grande.
Cada árbol
es un lugar, por ejemplo, el gran Roble es el salón principal en donde
todas las hadas se reúnen para comer y charlar. El pequeño arbusto de al
lado es la cocina, donde las hadas a las que les gusta cocinar hacen su
trabajo y cada árbol más en el bosque es el hogar de ellas.
Al ser tan pequeñas corren el riesgo de
ser pisadas o comidas por los animales, por eso las hadas a las que les
gustan los animales se aseguran de que eso no pase.
Una mañana Florcita Silvestre o, como
todos le dicen, Flor, se levantó muy temprano y se puso a pensar en que
ella nunca había salido del bosque, entonces se le ocurrió una idea:
¡Iba a recorrer el mundo en una gran aventura! ¡Desayunó tanto como para
estar un año sin comer!
Más tarde cambió su hermoso y delicado
vestido hecho a mano con pétalos de rosas, por una remera de dientes de
león y un pantalón hecho con piedritas molidas. Llenó su mochila con
alimento, abrigo y algunas herramientas útiles que podría necesitar,
como hojas, lápices, una soga y un cepillo (ella es muy coqueta).
Como todavía era muy temprano, nadie se
había despertado, así que salió volando hacia la entrada secreta entre
los árboles tratando de hacer el menor ruido posible.
Cuando salió del bosque vio un mundo
maravilloso que ella no conocía. Había un hermoso río que parecía de
diamantes, el inmenso cielo celeste con sus nubes de algodón (que en el
bosque no podía ver gracias a los árboles) y millones de cosas más que
le parecieron mágicas. Bastante lejos, pero lo suficientemente cerca
como para que Flor lo viera, había un hermoso arroyo. Como hipnotizada
camino hacia éste.
Se arrodilló a la orilla y notó que
estaba habitado por miles de peces de todos colores. Había peces rosas,
rojos, azules, amarillos, dorados, plateados, verdes y multicolores.
Justamente estaba anotando los colores en una hoja cuando escuchó un
sutil ruido. Miró el arroyo y vio unas suaves ondas en el agua.
Observó el cielo y notó que ya no estaba
celeste, estaba gris, y unas nubes espesas lo cubrían. Pequeñas gotas
caían por todas partes. Tranquila fue caminando hacia un bosque enorme
con árboles altísimos. Le faltaban varios metros para llegar cuando la
lluviecita se convirtió en tormenta.
Un fuerte viento se la llevó volando
bosque adentro. Flor casi se golpea contra más de un árbol. El viento
era tan fuerte que no podía mover sus alas. Cuando logró darse vuelta
vio que estaba entrando en una profunda oscuridad… De repente se acordó
de la soga.
Contorsionándose mientras el viento la
arrastraba cada vez más alto, logró sacarla de su mochila. El viento la
empujó cerca de un árbol. Flor logró atar la cuerda a una de sus ramas y
se quedó aferrada a la soga hasta que el viento cesó. Tenía algunas
lastimaduras pero estaba viva.
Cuando miró a su alrededor, todo estaba
oscuro. El rumor de las hojas la asustó. Temblando se acercó a un árbol,
se acurrucó en sus raíces y sin saber cuándo, se quedó dormida. Cuando
despertó el sol brillaba. Su panza hacía un fuerte ruido. Abrió su
mochila en busca de la comida, pero ésta estaba empapada. Se miró en el
reflejo de un charco y vio que estaba despeinada. Entonces agarró su
cepillo de la mochila y se peinó.
Tomó sus cosas y emprendió el viaje de
regreso a casa. Cuando entró al bosque, SU bosque, estaba lastimada,
con sueño, hambre y embarrada, pero peinada.
Todas las hadas empezaron a hacerle
preguntas acerca de dónde había estado y qué le había pasado. Una de
ellas, propuso que esa noche se quedaran despiertas hasta tarde y que
Flor les contara su aventura.
Ella les dijo que al día siguiente les
contaría todo, pero que en ese momento necesitaba dormir. Al otro día
les contó su historia a todas las hadas y ellas quedaron sorprendidas
por la valentía que tuvo Flor.
Fin
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